martes, 30 de agosto de 2011

Como si se tratara del fin del mundo

 “No habrá paz en la tierra mientras perduren las opresiones de los pueblos, las injusticias y los desequilibrios económicos que todavía existen”.
Juan Pablo II

Por: Juan Esteban Henao Pineda
Quizá es la costumbre, quizá la desesperanza, quizá simplemente se trata de un cambio. Son razones para justificar el sentirse atado de manos, de pies, de sentidos. Eso limita a los individuos para enfrentar el movimiento acelerado tanto del mundo como de la humanidad.


De la misma manera que sufre la tierra con el cambio climático, sufre el ser humano con el cambio social. Y es peor cuando esas dos transformaciones se manifiestan, porque a su paso solo dejan destrucción, desolación y tristeza.
Sin embargo, todo trasciende del propio individuo y se planta en la totalidad de la esfera social, lo que incluye las instituciones y los paradigmas convertidos en ejes para el desarrollo del ser humano.

Eso nos ha llevado a ingresar en la era de la descentralización, distinto a lo que quiso llamarse en una primera medida como ‘globalización’. La principal consecuencia de ello: la soledad.
Como muy bien lo menciona el papa Benedicto XVI en el capítulo quinto de su encíclica “Caritas in veritate” esa “es una de las pobrezas mas hondas del hombre”, (punto 53). Él manifiesta incluso que eso posibilita el aislamiento y la incapacidad para amar.

Entonces, ¿qué nos está pasando?, es lo que se escucha en las conversaciones actuales. Tal vez sencilla, tal vez compleja, pero la respuesta está en el mismo ser humano.
Los ánimos decaen cuando el panorama no alienta. Los tiempos han cambiado, ya lo sabemos. Pero más que eso los conceptos han perdido su sentido original y la desorganización de los Estados han dejado en el aire las posibilidades para actuar y transformar. Hemos llegado a creer que es el fin del mundo; como si se tratara del fin del mundo.

Gracias a las luces en su encíclica, el papa Benedicto XVI demuestra que no lo es. Solo nos falta sentir la necesidad de tener una sociedad fundamentada en la igualdad y en la libertad, y tomar un poco de conciencia.
Eso lleva a rearmar el concepto de globalización, donde contrario a la situación actual, las barreras se rompen para unir y no para oprimir, se deja a un lado tanta humanidad y la multiculturalidad se vuelve una sola expresión para conformar una familia. “El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro”, dice el Sumo Pontífice; (Caritas in Veritate, punto 53).
Ante todas estas situaciones, ¿los jóvenes qué? Los jóvenes todo. Porque tenemos la capacidad de ser transversales en todos los aspectos de la humanidad. Porque nada es más incidente en nosotros mismos que la economía, que la cultura y que la política. Porque si existen personas generadoras de cambio y desarrollo en la sociedad somos los jóvenes. Porque si nos apropiamos de los espacios de participación, pronto tomaremos las decisiones que de verdad ayuden a ser un solo mundo.

“Se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres”, expresa el papa Benedicto XVI en el punto 67 de su encíclica.
Es hora entonces de actuar en nuestro país, en esa Colombia que desconoce sus riquezas, pero que se deja llenar de esperanza y de vitalidad para seguir afrontando con entereza las dificultades.

¡Que se note que somos de los países más felices del mundo!. Felicidad empieza por fe: Fuerza Espiritual.
De eso nos sobra, pero la única manera de colocarlo en práctica será en una constante comunión con el mundo. No tenemos que ser humanos incapaces, tal vez reconocerlo basta. Lo más importante será entonces el actuar. El actuar a la luz de la Iglesia, cobijados por nuestra juventud, liderados por el espíritu y en el camino de la verdad.
La fuerza de los valores y la confianza serán nuestras mejores armas.

“Toda vida es una vocación”, la nuestra será la del servicio, la de la entrega profunda al mundo, imitando el amor infinito de Cristo.
Convirtámonos en Iglesia, en discipulos y en misioneros comprometidos con el amor y la vida como lo manifiesta el documento conclusivo de Aparecida. Asumamos nuestro rol de hombres nuevos, llenemos las esferas sociales de nuestra integridad y sostengámonos en la presencia del Padre Dios.

“La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas”, (Caritas in Veritate, punto 78). Si el mundo es solo uno, si confiamos en la promesa de vida eterna dada por Cristo y si creemos que este no será el fin, la única manera de salvarlo será haciendo el bien en cada uno de nuestros actos, traspasando fronteras con el mensaje del amor, uniéndonos en un solo grito de esperanza y convirtiendo nuestros caminos de desarrollo en sendas de paz, abonadas por la justicia, la igualdad y la fe.

Ahora existe una nueva oportunidad. La Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011, será el punto de giro, donde alimentados por la Palabra se construirá la Iglesia Joven que fortalecerá las instituciones con verdadera autoridad para que manifestemos nuestras virtudes infundidas por el Espíritu Santo e impregnemos nuestros ambientes de caridad y verdad.
"Con este artículo, participó y ganó Juan Esteban Henao, uno de los cupos a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid del concurso Encuentro con el Papa.