Testimonio de un colombiano que como diplomático en la Santa Sede compartió momentos especiales.
Como embajador y periodista tuve la fortuna de ver al papa y hablar con él en diferentes momentos. La última vez, antes de Navidad, lo vi débil y frágil, un poco encorvado y lento al caminar, pero su mirada era igual: serena y transparente. Una mirada de alguien que te quiere y exige con bondad.
Creo que su pontificado estuvo marcado por esta misma mirada. Firme en la doctrina, claro en la argumentación, sereno en la exposición y bondadoso en el diálogo sincero.
En junio del año pasado le pude presentar a seis policías que habían permanecido secuestrados 14 años por el grupo terrorista Farc en las selvas de Colombia. A cada uno acogió con cariño de padre y al final comentó: "No puedo creer que hayan estado tanto tiempo sin libertad. Un día sin libertad es bastante. Os llevo siempre en mi corazón". Y uno a uno los bendijo. No salía del asombro, ese día el papa se fue triste porque supo que otras personas seguían secuestradas.
Ante las tragedias y dramas humanos dolorosos siempre animaba a rezar y a dirigir la oración a Santa María. Se alegró mucho cuando en la primera audiencia le conté que el conductor de la embajada me estaba enseñando el Santo Rosario en italiano. Ese día, en el saludo protocolario, el conductor lo pudo saludar e inmediatamente el papa le dijo: "muy bien que le enseñe al embajador a rezar en italiano, así todos los días podrán rezar por mí". Una petición que en compañía del conductor cumplimos diariamente.
Con su vida de oración, sencillez y doctrina segura hizo accesibles los contenidos de la fe a todos los públicos. No fue un papa de protagonismos inútiles, tampoco de figuración innecesaria. En su pontificado prefirió el encuentro directo, uno a uno. Recuerdo que en tres momentos hablamos del respeto a la vida y la defensa de la familia. Y me insistía: hay que recordar que la vida comienza con la concepción y termina con la muerte natural y reafirmar que la familia debe estar conformada por hombre, mujer e hijos.
Semanalmente se reunía con dos o tres presidentes o primeros ministros del mundo. Quería llegar a muchos ambientes y por eso aprendió varios idiomas. Una vez, en uno de los encuentros, le dije: Santo padre, gracias por hablar en español, hágalo más, hable más en español. '¿Y usted por qué me dice esto?', me preguntó. Yo le expliqué: porque el 42 por ciento de la Iglesia en el mundo habla español y en Estados Unidos otros millones. Necesitamos que su mensaje llegue sin mucha interferencia, sin traducciones. Al momento, aseguró: "Lo haré más, debo mejorar mi español", y sonrió. Ese día valoré su sencillez y humildad.
Virtudes que le han enseñado a conocer y regular sus fuerzas para tomar la histórica decisión, como otro camino válido de santidad y cruz. Creo en lo que dice y valoro su entereza. Lo acompaño y lo acompañaré con mi oración, servicio y amistad. Es un personaje grande de nuestra historia, un intelectual de mucho valor, un hombre generoso enamorado de Dios.
César Mauricio Velásquez*
Especial para EL TIEMPO
*Exembajador de Colombia ante la Santa Sede, 2010 - 2012.