“El martes 1º de julio de 1986, a las 3 y 20 de la tarde, todos en Colombia mirábamos hacia el mismo lugar: la portezuela del avión Boeing 747 de Alitalia que había arribado unos minutos antes a la pista del aeropuerto El Dorado.
Finalmente apareció la figura esperada, la figura anhelada, de un hombre solo, de sotana blanca, que bajó ágilmente la escalerilla y se inclinó para besar la tierra de un país que lo recibía lleno de alegría.
Redoblaron las campanas en las iglesias y saltaron de júbilo los corazones de los fieles.
¡Juan Pablo II, el sucesor de Pedro, estaba en Colombia!
“¡Alabado sea Jesucristo!”, fueron sus primeras palabras.
Y continuó:
“Vengo a vuestro noble país, amado pueblo de Colombia, como mensajero de Evangelización que enarbola la Cruz de Cristo, deseando que su silueta salvadora se proyecte sobre todas las latitudes de esta tierra bendita”.
A su lado, orgulloso y feliz, estaba el Presidente Belisario Betancur –junto a su señora Rosa Helena–, representando la emoción y la devoción de todo un pueblo.
Un pueblo que había esperado ansioso –después de 18 años de la visita del Papa Paulo VI– el regreso del máximo jerarca de la Iglesia Católica, pastor y guía de miles de millones de fieles en el mundo.
Un pueblo que –con el corazón en la mano– estaba ese día paralizado, atento a la imagen de la televisión, si es que no volcado sobre la Avenida Eldorado, listo para ver el paso fugaz pero memorable del Papamóvil y su ilustre ocupante.
Recuerdo que, desde las instalaciones de El Tiempo –del que era entonces subdirector–, no me despegué ese día de la pantalla, no sólo por mi calidad de periodista –pendiente de la noticia– sino también por mi condición de católico y –además– admirador del carismático personaje que era Juan Pablo II.
El Pontífice terminó así sus palabras de saludo:
“(…) doy comienzo gozosamente a mi peregrinación apostólica. Desde este momento el Papa se pone en marcha ‘con la paz de Cristo, por los caminos de Colombia’.”
Y así fue: el Papa ‘peregrino de la paz’ recorrió nuestro país durante toda una semana como el más infatigable de los viajeros, llevando su mensaje y su bendición a los más diversos rincones de la Patria y a todos los escenarios.
“Desde cualquier punto donde me encuentre” –dijo el Papa–, “mi palabra se dirigirá a todos los colombianos, a todos y a cada uno de los sectores del pueblo de Dios que peregrina en esta tierra. Vengo a compartir vuestra fe, vuestros afanes, vuestros sufrimientos y vuestras esperanzas”.
¡Qué esfuerzo, qué dinamismo, qué amor paternal e infinito del que fuimos testigos!
Su Santidad presidió innumerables actos en Bogotá, incluyendo masivas manifestaciones o eucaristías en la Plaza de Bolívar, el parque Simón Bolívar y el estadio El Campín, donde miles de jóvenes corearon “Juan Pablo Amigo, Colombia está contigo”.
En el parque El Tunal congregó a más de un millón de personas – ¡más de un millón! –, la más grande manifestación jamás vista en este país.
El infatigable Papa oró a la Madre Santísima, visiblemente emocionado, en la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Visitó Tumaco, Popayán, Cali, Pereira, Chinchiná, Medellín, Bucaramanga, Barranquilla y Cartagena.
Y por supuesto, fue a Armero, o más bien a lo que quedaba de Armero –un camposanto de lodo y desolación– después de la avalancha del Nevado del Ruiz, que había ocurrido algunos meses antes de la visita papal.
Mi señora, María Clemencia, tuvo la oportunidad de acompañarlo en el helicóptero que lo llevó al Tolima, y me ha contado muchísimas veces la sensación de paz, de bondad, de amor, que emanaba del Papa.
“Era un santo vivo” , me decía y me dice. Y no es la única. Todos los que lo vieron, los que estuvieron cerca del Papa en esa semana maravillosa, tienen testimonios similares.
En Armero, Juan Pablo II se arrodilló y lloró –lloró como el padre afligido ante el dolor de sus hijos–, recostada su frente en la gran cruz de cemento, por las miles de víctimas de semejante tragedia.
Colombia entera lloró con él y sintió, sentimos, el bálsamo de su oración.
Yo –que he estado en arduas e intensas campañas políticas– puedo asegurarles que una gira tan completa y tan exhaustiva, tan fatigante y tan diversa, de lado a lado de nuestra geografía, no es capaz de aguantarla ni el más urgido de los candidatos.
Pero sí pudo el Papa. Sí pudo Juan Pablo II, a sus 66 años de edad, motivado por el amor del pastor a sus ovejas colombianas.
No por nada lo llamaban ‘el Atleta de Dios’
Y en todos los escenarios donde estuvo, en todas las audiencias, el público se maravilló por su carisma, por su bondad, por esa aureola de paz y de amor que irradiaba, y le decían siempre, cuando estaba a punto de partir: “¡Quédate!” “¡No te vayas!”.
Así se lo gritaron cientos de niños en un encuentro en el Seminario de Cali, y el Pontífice les dijo, con esa voz amorosa que lo caracterizaba:
“El Papa os ama tanto, queridos niños colombianos, que se quedaría siempre con vosotros. Pero ya sabéis que en Jesús, en la Iglesia, todos estamos unidos. Que no hay distancias que nos separen. Rezad por el pobre Papa Juan Pablo II”.
Así lo creemos ahora, un cuarto de siglo después de su visita: ¡No hay distancias que nos separen!
Todavía el mensaje, la energía sublime, las oraciones, la risa y el llanto de Juan Pablo II, siguen vivos en la historia del mundo y en la historia de nuestro país.
La presencia del Papa polaco en la Iglesia Católica –de la que fue Sumo Pontífice por más de 26 años– marcó positivamente la vida de la Iglesia, expandiendo su mensaje de amor y justicia por el mundo entero.
No extraña por eso –por el contrario, es motivo de inmensa alegría para todos los católicos– que el próximo 1º de mayo, en un tiempo record, Juan Pablo II vaya a ser exaltado como beato –y muy posible futuro santo– por el Papa Benedicto XVI.
Pero su legado no fue sólo dentro de la Iglesia.
Juan Pablo II –que sufrió en carne y hueso los estragos del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, y luego la opresión del comunismo– significó también un cambio en el panorama político mundial.
Su palabra iluminadora e iluminante; su ejemplo de líder comprometido con los derechos humanos, fueron definitivos para impulsar la caída del Muro de Berlín y, con ella, de toda la Cortina de Hierro, que por décadas había encarcelado, bajo pretextos ideológicos, a Europa del Este.
Y así como dejó huella en la Iglesia, y así como dejó huella en la historia mundial, Juan Pablo II dejó huella indeleble y amorosa en el alma de Colombia.
Hace 25 años nuestra historia era muy distinta, y a la vez similar, de la que hoy vivimos; no obstante, su mensaje intemporal sigue calando hondo, muy hondo, en nuestras conciencias.
Acabábamos de superar dos terribles tragedias: el holocausto del Palacio de Justicia y la avalancha sobre Armero.
Sentíamos, desilusionados, que los grupos guerrilleros habían traicionado la voluntad de paz del Gobierno y de la nación –y no sería la última vez que lo hicieran–.
El narcotráfico permeaba nuestra sociedad, y se avecinaban tiempos aún más oscuros, cuando caerían bajo las balas de los sicarios, nuestros mejores candidatos presidenciales, nuestros mejores funcionarios, activistas de derechos humanos, nuestros mejores jueces, nuestros mejores periodistas, nuestros valerosos miembros de la Fuerza Pública.
¡Cómo necesitábamos entonces, cómo recibimos esperanzados, la palabra sanadora del Papa misionero!
Hoy, 25 años después, Colombia –gracias a los avances logrados por la Política de Seguridad Democrática, gracias al (ex) Presidente Uribe- muestra, al fin, un horizonte más optimista.
No hemos derrotado todavía a los violentos, pero cada vez están más arrinconados y, sobre todo, más aislados de la opinión pública nacional e internacional, que condena su accionar terrorista e inhumano.
Han desaparecido los grandes carteles y los grandes capos, pero lidiamos todavía con ramificaciones peligrosas e indeseadas del narcotráfico.
De cualquier forma, el nuevo entorno de seguridad nos ha garantizado más inversión, una mayor estabilidad económica –con excelentes perspectivas, además- y nos permite soñar con un futuro –no lejano, sino próximo– de prosperidad.
El sabio y amoroso mensaje que nos trajo el Papa, en 1986, sigue siendo fuente de inspiración y de enseñanza para todos quienes lo escuchamos y los que lo releemos pasados los años.
Trabajamos por la paz, creemos en la paz, pero NO A CUALQUIER PRECIO; no al precio de tolerar la violencia y la violación flagrante de los derechos humanos por los grupos ilegales.
Sobre este tema, nuestro mensaje y nuestra decisión han sido claros:
Para lograr la paz, más que estar hablando constantemente de ella, más que empeñarnos en conversar con quienes se niegan al diálogo desarmado, debemos concentrarnos en construir las condiciones de paz, en construir las condiciones de reconciliación.
Recordemos las palabras de Juan Pablo II, que en este punto resultan esclarecedoras:
“No esperemos la paz en el equilibrio del terror. No aceptemos la violencia como camino de la paz. Comencemos más bien por respetar la verdadera libertad; la paz que resultará de ahí será capaz de colmar la esperanza del mundo, pues estará hecha de justicia y fundada en la incomparable dignidad del hombre libre”.
¡Cómo les convendría escuchar y entender estas palabras a quienes hoy insisten en la inhumana práctica del secuestro y en atacar a sus compatriotas!
La violencia no es nunca camino para la paz. Por el contrario, como decía Gandhi, “la paz es el camino”.
Quien quiera hablar de paz y ahora esté transitando el sendero oscuro de la violencia, del secuestro, del terror, deberá antes abandonarlo, para que la sociedad esté dispuesta a ese diálogo.
El Papa también nos habló, desde Cartagena, desde la Heroica de una nueva esclavitud –diferente a aquella que buscó aliviar San Pedro Claver en el siglo diecisiete–: la esclavitud de las drogas.
Y lo hizo con palabras contundentes, como éstas:
“Los tratantes de esclavos impedían a sus víctimas el ejercicio de la libertad. Los narcotraficantes conducen a las suyas a la destrucción misma de la personalidad. Como hombres libres (…) debemos luchar decididamente contra esa nueva forma de esclavitud que a tantos subyuga en tantas partes del mundo (…) y ayudar a las víctimas de la droga a liberarse de ella”.
¡Cómo impactaron estas palabras en nuestro país, que luchaba entonces –y sigue luchando hoy–, ejemplarmente, además con mucho orgullo, contra uno de los flagelos más grandes que sufre la humanidad!
Juan Pablo II, el Papa peregrino, vino a Colombia y sembró semillas de esperanza en el corazón de los colombianos.
Sembró la palabra de Dios y sus frutos se recogen todos los días en las buenas obras de millones de colombianos que quieren hacer el bien, que quieren trabajar honestamente y que quieren crecer en virtud con sus familias.
¡Qué bueno, qué oportuno, recordar hoy su visita, recordar hoy su legado, recordar hoy sus palabras!
Felicitaciones y muchas gracias, embajador y querido amigo César Mauricio Velásquez; a la Fundación Revel y a la Fundación Konrad Adenauer, por esta magnífica iniciativa que hoy nos congrega.
El mismo Papa Benedicto XVI, en el rezo del Angelus del pasado 20 de febrero, nos envió a los colombianos un mensaje de cercanía y de afecto por la conmemoración de estos 25 años de la visita papal.
Estamos muy agradecidos, además, por los mensajes solidarios y las permanentes oraciones que –en los últimos meses– ha dedicado el actual Pontífice a las víctimas de la ola invernal en nuestro país.
Sus palabras han sido un gran alivio en medio de las dificultades.
Apreciados amigos:
Han pasado 25 años desde cuando un gran hombre –un hombre bueno, un hombre humilde- marchó con la paz de Cristo por los caminos de Colombia.
Quienes tuvimos la fortuna de atestiguar ese maravilloso periplo sentimos que el tiempo no ha transcurrido y recordamos sus palabras como si fuera ayer.
Sentimos también que nos ampara su siempre generosa bendición.
Y así debe ser, ¡así debe ser!
Bien lo dijo el cardenal Ratzinger –el futuro Benedicto XVI– en la misa de exequias de Juan Pablo II:
“Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice”.
Muchas gracias”.
El mensaje de Juan Pablo II sigue siendo ‘fuente de inspiración’ para los colombianos: Presidente Santos
El Jefe de Estado evocó este jueves la memoria del que fuera el máximo representante de la Iglesia Católica entre 1978 y 2005, quien visitó Colombia hace 25 años. Destacó la solidaridad del actual Papa Benedicto XVI con las víctimas de la ola invernal que ha afectado al país.
Bogotá, 3 mar (SIG). El Presidente Juan Manuel Santos aseguró este jueves que el mensaje del Papa Juan Pablo II continúa siendo fuente de inspiración y enseñanza para los colombianos.
Así lo manifestó el Mandatario durante el Foro ‘Juan Pablo II y su huella en Colombia, 25 años después’, evento promovido por la Embajada colombiana ante la Santa Sede para recordar la visita del líder de la Iglesia Católica al país.
“El sabio y amoroso mensaje que nos trajo el Papa, en 1986, sigue siendo fuente de inspiración y de enseñanza para todos quienes lo escuchamos y lo releemos pasados los años”, expresó Santos Calderón.
Indicó que este es un momento oportuno para que los colombianos recuerden el mensaje que nos dejó el Pontífice.
“Juan Pablo II, el Papa peregrino, vino a Colombia y sembró semillas de esperanza en el corazón de los colombianos. Sembró la palabra de Dios y sus frutos se recogen todos los días en las buenas obras de millones de colombianos que quieren hacer el bien, trabajar honestamente y crecer en virtud con sus familias”, afirmó el Presidente Santos.
El Atleta de Dios
El Mandatario recordó los momentos de la llegada de Juan Pablo II a Bogotá y su maratónica gira por varias ciudades del país, acorde con su vitalidad que le valió el título de ‘El Atleta de Dios’.
“Yo –que he estado en arduas e intensas campañas políticas– puedo asegurarles que una gira tan completa y exhaustiva, tan fatigante y diversa, de lado a lado de nuestra geografía, no es capaz de aguantarla ni el más urgido de los candidatos.
“Pero sí pudo el Papa. Sí pudo Juan Pablo II, a sus 66 años de edad, motivado por el amor del pastor a sus ovejas colombianas. No por nada lo llamaban el Atleta de Dios”, aseguró.
Solidaridad del Vaticano
El Presidente Santos destacó también la atención especial que el actual Papa Benedicto XVI le ha puesto a la conmemoración de los 25 años de la visita de Juan Pablo II al país, al igual que sus mensajes solidarios a las víctimas de la ola invernal que ha afectado a Colombia.
“Estamos muy agradecidos, además, por los mensajes solidarios y las oraciones que –en los últimos meses– ha dedicado el actual Pontífice a las víctimas de la ola invernal en nuestro país. Sus palabras han sido un gran alivio en medio de las dificultades”, concluyó el Presidente de la República.