Apreciados hermanos y hermanas, nos encontramos hoy reunidos ante el altar del Señor, para recordar como pueblo de una inmensa tradición cristiana, el día en el cual cayeron de nuestras manos y pies las cadenas de la esclavitud que nos oprimían.
Cuantos años han pasado desde aquel momento y todavía para nosotros parece que hubiera sido ayer y lo mismo sucede hoy mientras reflexionamos sobre la Palabra de Dios que hemos escuchado. En este preciso instante nos parece ver con nuestros ojos el rostro resplandeciente de Jesús y la dulzura de sus palabras mientras sentado en una barca a la orilla del mar pronuncia y explica a la gente la parábola del sembrador.
Es verdad, que muchas cosas han cambiado en la historia desde ese día y sabemos también que la barca no es la misma; sin embargo, sus palabras hacen eco en nuestras mentes y arden en nuestros corazones cada vez que son pronunciadas y enseñadas desde la barca de Pedro que es la Iglesia, quien la proclama y la defiende para que las olas de la violencia, el odio, la injusticia, la indiferencia, la persecución religiosa y la mediocridad de nuestro tiempo no predominen sobre ella.
La Iglesia es Madre y Maestra y ha recibido de su Maestro “Jesús”, la misión de sembrar el amor, la paz y la alegría; sin embargo esta tarea es cada vez mas ardua porque falta en muchas ocasiones la colaboración entre sus propios hijos y esto le causa dolor y tristeza; sobretodo, cuando ellos se comportan como los hijos de Israel del cual nos habla hoy la lectura del libro del Éxodo; es decir, gente con el corazón de piedra, llenos de ingratitud y murmuraciones contra Dios, dispuestos a rechazar a sus enviados para poder ser libres de construir con las nostalgias del pasado una existencia superficial (Éxodo 16, 1-5.9-15). -El pueblo que Dios se escogió como su heredad no puede ser un pueblo que no comprende la libertad que Dios le propone por pensar ciegamente a la saciedad del propio cuerpo-.
Es necesario que hoy sean abiertas las puertas de nuestro corazón y del intelecto para que se pueda abrazar con serenidad la fe en Jesucristo, el único liberador de la humanidad y recibir así la libertad de los hijos de Dios que nos dona además el pan de la consolación y de la esperanza. Hoy Dios quiere ver en el hombre la creatura que plasmó a su imagen y semejanza y por eso le responde a Israel y a todas las generaciones que es Él, quien les da el verdadero pan que desciende del cielo. El maná del desierto, queridos hermanos, se recuerda en la historia, como un evento que sucedió; mientras el cuerpo de Jesús es un don que se puede ver y tocar ahora y por siempre hasta la eternidad.
Hoy, Jesús sale de nuevo de la casa donde es huésped para ir a sembrar por todos los terrenos conocidos de la historia y se da cuenta que el corazón de sus hermanos no es libre del pecado y de las incertidumbres de la vida; y que no ha cambiado mucho desde aquél día cuando en la orilla del mar se subió en la barca para enseñarles que la semilla es la Palabra de Dios. ¡Cuantos siglos de infatigable laboriosidad! y he aquí que la propuesta de vida que Dios nos hace con la semilla de su Palabra, es aun arrojada a lo largo del camino entre todos aquellos que la escuchan sin comprenderla; en la tierra pedregosa donde la inconstancia de la vida no nos permite alegremente echar raíces profundas para poderle ser fiel. ¿Quiénes hermanos están hoy en medio a los espinos, sino todos aquellos que oyen la Palabra, pero son preocupados por las cosas y las riquezas del mundo y así explotan a sus semejantes hasta quitarles la propia dignidad?. La llamada que hoy la Iglesia hace a todos los cristianos es aquella de acoger la Palabra de Dios para contemplarla con respeto, meditarla con el corazón y que, con el esfuerzo de comprenderla, produzca buenos frutos en la propia vida (Mateo 13, 1-23)
Ahora bien, no queda que preguntarle a la propia conciencia por el tipo de terreno con el cual puedo identificar mi propia vida, sin olvidarme jamás que Jesús no se deja vencer por nuestra ingratitud e indiferencia y continua a sembrar el Reino del Amor entre nosotros, exhortándonos con las palabras del Apóstol San Pablo: “No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen” (Efesios 4,29).
El Beato Juan Pablo II, escuchó esta misma Palabra y la comprendió antes de ponerse en marcha hace 25 años por los caminos de Colombia, para demostrarle al mundo entero que un pueblo puede cambiar si lo desea porque la semilla es la misma en todos los terrenos y distinto es sólo el hombre que la recibe y la hace germinar; por eso nos dijo: “Vengo como mensajero de Evangelización que enarbola la cruz de Cristo, vengo para compartir vuestra fe, vuestros afanes y vuestras esperanzas.(…) el primer mal del cual es necesario liberar la sociedad y el mismo hombre es el pecado”.
Queridos hermanos y hermanas, con el deseo que podamos construir todos juntos una sociedad donde la libertad pueda encontrar espacio en todas sus expresiones y con sentimientos de gratitud al Señor por esta celebración eucarística, nos guíe y acompañe Nuestra Señora de Chiquinquirá, para que escuchemos siempre y sin vacilar “la voz del Señor que nos dice: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20) Amén.
Roma, 18 de Julio de 2011
Basílica de Santa María del Popolo
Padre Elkin Vélez Vélez O.S.A.