El Papa Benedicto XVI, dirigió unas emotivas palabras al nuevo embajador de Colombia ante la Santa Sede, César Mauricio Velásquez, durante el acto programado en la Ciudad de El Vaticano. Reproducimos a continuación el Discurso de Su Santidad:
Señor Embajador:
1. Al presentar las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede, con profunda complacencia le doy mi cordial bienvenida y, reiterando el vivo afecto que profeso a los amados hijos de Vuestra Patria, le deseo un fecundo servicio en el desempeño de la misión que su Gobierno le ha encomendado. Agradezco también las palabras que me ha dirigido, así como los sentimientos que me ha expresado de parte del Señor Presidente de la República, Doctor Juan Manuel Santos Calderón, que ha asumido recientemente la alta responsabilidad de conducir esa amada Nación por las sendas del progreso en la justicia, al amparo del respeto absoluto a los derechos básicos de la persona y en marcha constante hacia metas cada vez más nobles y altas, tanto humanas como espirituales. Le ruego que tenga a bien hacerle llegar mis mejores votos de paz y bienestar, así como la seguridad de mi oración para el fructuoso ejercicio de tan importante labor.
2. La presencia de Vuestra Excelencia y sus gentiles palabras me traen de nuevo el afecto y la devoción de un pueblo reconocido por sus acendradas virtudes humanas y cristianas, sus hondas raíces católicas y que, aun en medio de arduas situaciones de diverso orden, ha sabido mantener su fe en Dios y su firme voluntad de cultivar y practicar los valores del Evangelio, fuente inagotable de energía e inspiración para comprometerse con las más nobles causas.
3. Señor Embajador, comienza su delicado cometido ante la Santa Sede en un momento de particular trascendencia para Colombia. En efecto, en este año tiene lugar la conmemoración del Bicentenario del inicio del proceso que llevó a la Independencia y a la constitución de la República. Estoy seguro de que este significativo aniversario será una ocasión singular para acoger las lecciones que la historia proporciona, intensificar las iniciativas y medidas que consoliden la seguridad, la paz, la concordia y el desarrollo integral de todos sus ciudadanos y mirar con serenidad e ilusión el futuro que se avecina. En este camino, es de fundamental importancia el concurso de todos, de modo que los más profundos anhelos y proyectos del pueblo colombiano se vayan haciendo cada vez más una feliz y esperanzadora realidad.
4. No sólo durante estos dos siglos, sino también desde los albores de la llegada de los españoles a América, la Iglesia católica ha estado presente en cada una de las etapas del devenir histórico de vuestro País, desempeñando siempre un papel primordial y decisivo. En efecto, el abnegado trabajo de tantos obispos, presbíteros, religiosos y laicos ha dejado huellas imborrables en los más variados ámbitos del acontecer de vuestra Patria, tales como la cultura, el arte, la salud, la convivencia social y la construcción de la paz.
Se trata de un patrimonio espiritual que ha germinado a lo largo de los años y en todos los rincones de Colombia en innumerables y fructíferas realizaciones humanas, espirituales y materiales. Estos esfuerzos, no exentos de sacrificios y adversidades, no pueden ser ignorados. Vale la pena salvaguardarlos como valiosa herencia y potenciarlos como una propuesta benéfica para toda la Nación. A este respecto, y fiel al encargo recibido del Señor, la Iglesia, en este contexto del Bicentenario, seguirá ofreciendo lo mejor de sí misma al pueblo colombiano, siendo solidaria con sus aspiraciones de superación y ayudando a todos desde la misión que le es propia. En este sentido, en el Mensaje que dirigí, el 30 de junio de 2008, a la Conferencia Episcopal de Colombia, con motivo del Centenario de su fundación, tuve la oportunidad de apremiar a los Obispos para que, con clarividencia y recogiendo el testimonio elocuente del celo apostólico de los Pastores que los precedieron, continuaran «respondiendo con solícita entrega, fe firme y renovado ardor a los retos que se presentan a la Iglesia en su patria», sirviendo «con entusiasmo a todos, especialmente a los más desfavorecidos, llevándoles un mensaje de paz, de justicia y de reconciliación». En esta apasionante tarea, la Iglesia en Colombia no exige privilegio alguno. Sólo anhela poder servir a los fieles y a todos aquellos que le abran las puertas de su corazón, con la mano tendida y siempre dispuesta a fortalecer todo lo que promueva la educación de las nuevas generaciones, el cuidado de los enfermos y ancianos, el respeto a los pueblos indígenas y sus legítimas tradiciones, la erradicación de la pobreza, el narcotráfico y la corrupción, la atención a los presos, desplazados, emigrantes y trabajadores, así como la asistencia a las familias necesitadas. Se trata, en definitiva, de continuar prestando una leal colaboración para el crecimiento integral de las comunidades en las que los pastores, religiosos y fieles ejercen su servicio, movidos únicamente por las exigencias que brotan de su ordenación sacerdotal, de su consagración religiosa o de su vocación cristiana.
5. En este marco de mutua cooperación y cordiales relaciones entre la Santa Sede y la República de Colombia, que en este año cumplen su 165 aniversario, deseo manifestar nuevamente el interés que la Iglesia tiene por tutelar y fomentar la inviolable dignidad de la persona humana, para lo cual es esencial que el ordenamiento jurídico respete la ley natural en áreas tan esenciales como la salvaguarda de la vida humana, desde su concepción hasta su término natural; el derecho a nacer y a vivir en una familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer o el derecho de los padres a que sus hijos reciban una educación acorde con sus propios criterios morales o creencias. Todos ellos son pilares insustituibles en la edificación de una sociedad verdaderamente digna del hombre y de los valores que le son consustanciales.
6. En este solemne encuentro con Vuestra Excelencia, quiero manifestar igualmente mi cercanía espiritual y asegurar mis oraciones por quienes en Colombia han sido injusta y cruelmente privados de libertad. Rezo también por sus familiares y, en general, por las víctimas de la violencia en todas sus formas, suplicando a Dios que se ponga de una vez fin a tanto sufrimiento, y que todos los colombianos puedan vivir reconciliados y en paz en esa bendita tierra, tan colmada de recursos naturales, de hermosos valles y encumbradas montañas, con caudalosos ríos y pintorescos paisajes, que es preciso preservar como magnífico don del Creador.
7. Señor Embajador, al concluir mis palabras, le reitero mis mejores auspicios en la misión que hoy emprende, en la cual hallará continuamente la acogida y el apoyo de mis colaboradores. A la vez que invoco la materna intercesión de Nuestra Señora de Chiquinquirá sobre Vuestra Excelencia y los miembros de esa Misión Diplomática, sobre el Gobierno y el amado pueblo colombiano, pido al Todopoderoso que Vuestra Patria ocupe un lugar de vanguardia en el servicio al bien común y la fraternidad entre todos los hombres, y que aliente a los colombianos a transitar sin vacilación por los caminos del entendimiento recíproco y la solidaridad.