viernes, 29 de octubre de 2010

El mal no tiene la última palabra

El periódico EL TIEMPO en su edición del 28 de octubre, publicó el artículo que escribí, en sus páginas de opinión. Lo reproduzco para la lectura y reflexión de todos ustedes:

El mal no tiene la última palabra

Por César Mauricio Velásquez O.*

"Colombia se levanta con valentía para decirle al mundo que "el mal no tiene la última palabra y que el mal se combate con abundancia de bien"



Colombia es un país católico donde la inmensa mayoría de sus habitantes han sido bautizados, donde la fe forma parte de la cultura e identidad del pueblo. Un país de gente laboriosa, responsable y alegre. Un pueblo que también ha sufrido el terrorismo y el narcotráfico, pero que hoy se levanta con valentía para decirle al mundo que "el mal no tiene la última palabra y que el mal se combate con abundancia de bien".

El progreso que el país ha tenido en los últimos años responde a un círculo virtuoso, promovido por el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez y continuado por el actual presidente, Juan Manuel Santos, que parte del respeto a la vida humana, su protección, sus libertades, deberes y derechos y del compromiso con la verdad y la justicia.

Según cifras de estudios disponibles, en el 2002 los grupos violentos obligaron a salir de sus tierras a 440.000 personas; en el 2009, a 140.000. La cifra acumulada de desplazados desde 1997 hasta el 2010 alcanza tres millones y medio de personas. Hoy, miles de ellos, protegidos por el Gobierno, han podido regresar a sus tierras, y quienes aún están en proceso de retorno son atendidos con subsidios y programas sociales. La Iglesia Católica, en coordinación con el Gobierno, los acompaña en estas difíciles circunstancias. Actualmente se promueve un proyecto de ley que permitirá la restitución de miles de hectáreas de tierras a las víctimas.

Colombia ha reducido la pobreza. En los últimos 8 años, 2 millones de personas han dejado de vivir en la miseria y 4 millones han mejorado su nivel de vida gracias a la inversión estatal, a través de programas sociales como los de Protección a las Madres en Gestación; Protección, Alimentación y Educación a los niños; Subsidios al Adulto Mayor y Familias en Acción.

Este mejoramiento de las condiciones sociales ha sido posible gracias a una Política de Seguridad Democrática, que poco a poco viene liberando a Colombia del terrorismo guerrillero y paramilitar, la corrupción y la desigualdad, en el respeto de la legalidad y los derechos humanos. Una política que ha ofrecido confianza en la ciudadanía y ha promovido mayores inversiones de empresas nacionales y extranjeras que han generado empleo. A mayor seguridad, mayor compromiso ciudadano y mayor riqueza social. Este proceso se implementó sin recurrir a estados de excepción, censuras o limitaciones a los ciudadanos, con el respeto de las libertades fundamentales como premisa. El avance en la seguridad se ha logrado según la Constitución y la ley. Hoy los colombianos valoran y agradecen el fortalecimiento de la presencia del Estado en todo el territorio.

Las Fuerzas Armadas de Colombia trabajan de la mano del Presidente de la República, con eficacia y transparencia. En los últimos 8 años, lograron liberar centenares de secuestrados. Según registros, en el 2002, 2.882 personas estaban privadas de libertad por la delincuencia. Hoy, 130 permanecen en cautiverio y no cesan los esfuerzos para alcanzar su libertad. Gracias a Dios y a su permanente oración, muchas personas han recuperado la libertad. Le pido mantener plegarias por aquellos que aún continúan en el infierno del secuestro. También pido oraciones por quienes han muerto en cautiverio, por sus familiares y por todos los miembros de las Fuerzas Armadas que de manera heroica han entregado su vida por defender la libertad de sus conciudadanos. En Colombia, el terrorismo y el narcotráfico van de la mano; atentan contra la ecología humana y la ecología ambiental, rompen la unidad familiar y social. Son un engaño, una ilusión llena de maldad.

El negocio global del narcotráfico, visto en países productores como un problema de seguridad, es enfrentado en países consumidores como un problema de salud pública. En Colombia han muerto miles de personas por culpa de esta cadena diabólica. El consumo de drogas incentiva el cultivo y el tráfico, y esto repercute en el ejercicio de los derechos humanos, como el derecho a la vida, a la salud, a la alimentación y al desarrollo. Una dosis de droga consumida en Norteamérica o en Europa, por ejemplo, supone la pérdida de vidas humanas y la destrucción de hectáreas de bosques nativos.
Por lo tanto, cuando en algunos países desarrollados se propone la despenalización de las drogas, se olvida que el narcotráfico es un delito que debería ser considerado de extrema gravedad, porque destruye a la humanidad y se convierte en motor de asesinatos, secuestros, masacres, esclavitud, torturas, desapariciones forzadas, violaciones. Sin olvidar, tampoco, que supone la negación de la dimensión espiritual y humana de la persona.

Estos dramas, generados en su mayoría por el narcotráfico y el terrorismo, han despertado un sentido cristiano en la mayoría de los colombianos que han sido probados en la adversidad. La condena y el rechazo a la violencia, a la corrupción y a la injusticia social hacen parte del clamor de un pueblo que se levanta con los pies en la tierra, mirando al cielo. A lo largo y ancho del país, las parroquias son concurridas por jóvenes y adultos que hacen que el mal destructor de toda armonía sea combatido con acción y oración eficaz. Hoy, en Colombia, "la sangre derramada no grita venganza, pero sí invoca respeto por la vida y la paz". En este propósito surge el deseo del pueblo colombiano de tenerlo nuevamente en nuestra patria.

La historia de Colombia, como la de Europa, tiene profundas raíces cristianas que no se pueden cortar. Parte esencial de nuestra identidad radica en la Fe y en la Esperanza de la Buena Nueva. Los colombianos tenemos un anhelo grande de paz. Como ha señalado Su Santidad, "el amor es una fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios". Por eso, pedimos a la Virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia, que el resplandor de la verdad ilumine nuestras conciencias y corazones para entregarles a las nuevas generaciones un país en paz.

* Embajador de Colombia ante la Santa Sede.